06 febrero 2007

 

Final abierto para la aventura norteña.

Auspician las "Crònicas apunadas", "Coca y bica" el sabor del verano norteño.

La última noche de mi viaje tuvo algo de mágico. Más allá de nuestro encuentro musical con el maestro Vilca, del cual ya les conté en el relato anterior, la oscuridad de Humahuca nos iba a deparar un destino sorprendente.
La poca luz perceptible por las angostas calles del pueblo era un regalo de la luna, que a pesar de la tormenta se mantenía en el firmamneto y nos mostraba su lado más sencible. La lluvia había anulado cualquier vestigio de la electricidad, y la penumbra se había apoderado del lugar. A pesar de nuestro escaso conocimiento de las calles y de los alrededores decidimos empezar la caminata hasta el hostel.
Ese momento especial hizo sentir en mí que pese al inminente final del viaje, la aventura seguiría abierta. Y así fue. Porque cuando recién nos habíamos alejado sólo unas cuadras de la Peña donde habíamos compartido la noche, un fuerte viento huracanado comenzó a soplar de manera contundente y, luego de èl un fulminante relámpago se incustró en el suelo en dirección al norte.
Una vez recuperados de tal impacto nos diriguimos en busca de lo insólito para ver que había acontecido. Cuando llegamos no encontramos nada, era como si el rayo que hacía unos instantes nos había dejado perplejos hubiese sido sola una jugada de nuestra imaginación.
Decepcionados volvimos a nuestro rumbo para, ahora si, poner fin a la última noche. Ninguno de nossotros se animaba a mencionar nada de lo que había ocurrido. De repente levanté la vista en dirección a la cima del cerro que se posaba delante nuestro y pude notar entre la luna y el más allá como una sombra fugaz, con la silueta de un indio desaparecía en dirección al cementerio.


Magallanes.

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