15 enero 2007

 

Desde la altura, si se ve!!!

En mi segundo día en la ciudad de Salta pude comprobar con mis propios ojos la belleza de la capital, pero esta vez desde la altura, a unos 500 metros sobre el nivel del mar. Para verificarlo subí, junto a Bryan, mi amigo irlandés, hasta lo más alto del cerro San Bernardo. Ese que se ve desde cualquier punto de la ciudad y la enmarca de un verde intenso. El ascenso a la cima de la montaña se hace a través del teleférico, y durante al subida ya se puede ir observando en perspectiva gran parte de la ciudad.
Una vez arriba, y con el alivio de haber llegado sanos y salvos, el gringo y yo nos dispusimos a recorrer el sitio. Entonces llegó el momento de la típica foto con la ciudad de fondo, que estando ahí es imposible no tomarla. El paseo continuó con una aproximación a la pequeña cascada, una ínfima réplica de las de Iguazú, pero refrescante al fin.
En lo más alto del cerro también hay una confitería donde tomar algo para luego emprender el descenso, pero esta vez a pie.
1070 eran los peldaños que nos separaban al irlandés y a mí de la base. Internamente pensé que no era demasiado para alguien acostumbrado a las grandes proezas deportivas, que, además, mantiene un alto rendimiento físico. A bajar pues.
Durante los primeros escalones continuamos la conversación con Bryan en un inglés que cada vez me sale mejor, a pesar de que mi nuevo amigo no se esfuerza ni un poco en aprender algo de nuestro idioma.
Como les decía todo iba bastante bien hasta que en el escalón 200, que estaba marcado en el piso, tomé real conciencia de que lo que estaba empezando no sería tan fácil de llevar a cabo. Por supuesto la conversación se acabo en ese instante porque el poco aire que nos quedaba nos serviría para llegar a la planicie.
En la bajada del cerro están representadas las doce estaciones del vía crucis de Cristo antes su crucifixión. No voy a decir que me parecía a Jesús porque me faltaba la cruz, pero entendí que es el dolor sobre todo en mis piernas. A todo esto veíamos pasar gente corriendo por al lado nuestro, cuando, a nosotros nos costaba cada vez más caminar.
Luego de la anteúltima estación me puse a contar los escalones en voz baja suponiendo que faltaban 200, pero cuando iba por el 97 vi la luz que se abría entre los árboles. Si señores era la llegada.
Ya recuperados del esfuerzo emprendimos la vuelta al centro de la ciudad. En el camino nos encontramos con un bar que prepara los mejores licuados de Salta, y si me apuran me animaría a decir los mejores que probé en mi vida. Fue uno de esos hallazgos que uno descubre cuando patea los lugares y se apropia un poco de las costumbres y la forma de vida.
A la noche llegó Richard otro irlandés amigo de Bryan, y los tres no fuimos a comer a un restaurante cerca de la plaza principal. Comimos un exquisito cabrito estofado y locro, por supuesto regado con un rico tinto salteño. Bueno así concluyó la segunda jornada en Salta la linda, pero esto, esto (como decía Víctor Sueiro) recién empieza.


Magallanes.

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