13 enero 2007

 

Por fin, vacaciones!!!!!

Dicen las señoras viejas que en la vida todo llega. Nunca fui de prestarle mucha atención a esas frases hechas, que para lo único que sirven es como consuelo de nuestras necesidades inminentes. Pero bueno esta vez las que estaban por llegar eran las merecidas vacaciones, entonces cualquier augurio era bueno.
Entonces, el momento llegó. Por dos semanas adiós a la rutina. Esa que asfixia e impide momentos para la creación y lo placentero. Y que más placer que escribir estas líneas. Este pequeño y , espero que jugoso diario de viaje. Un tour por el noroeste de nuestro país, promete tener todos los condimentos necesarios para ser inolvidable.
A las 17:15 salí raudo del banco, como si una campana imaginaria diera alerta a mis sentidos más agudos y dijera “escapate del sistema”. La máquina que se lleva lo mejor de tus horas por día.
El final de esta semana no fue como cualquier otro, tenía el plus del olvido, de una despedida momentánea de las cuentas, los plazos fijo y de todos los números que me siguen día a día detrás de un signo pesos o dólar.
Pasé por mi departamento y con la mochila lista me dirigí a la parada del 92, el último bondi a retiro para empezar el viaje con mayúsculas. Era tiempo de arrancar.
Ya acomodado en el sillón cama del larga distancia me encontré con Paul Auster y con “La invención de la soledad”, un título sugerente para quien emprende un trip sólo. Pero el libro nada tenía que ver con mi soledad, sino con la de su padre ausente y su presencia luego de muerto. (más adelante habrá un relato de la novela).
El trayecto en el micro no merece mayores detalles, salvo que promediando el sábado ya se podían observar a través de las ventanillas, hermosos cerros llenos de vegetación. El paisaje es la naturaleza en su extremo más salvaje, por eso es estupendo.
A las 3 de la tarde llegamos a la terminal de Salta, de allí al Hostell y luego a recorrer. La primera percepción es la de una ciudad pequeña y linda por donde uno la espíe. Pero sin duda lo más imponente es tener siempre presente en la vista esos enormes monumentos a la vegetación, esas montañas pintadas de un verde tan intenso que hacen descansar las retinas.
Mi primera excursión fue al cerro San Lorenzo, donde llegué después de un paseo por la periferia de la ciudad mientras admiraba la belleza de los alrededores. El cerro es imponente y su ladera está regada de pintorescas casas que nunca desentonan con el entorno. A mitad de camino a la cima, la parada está matizada con amenos bares en los cuales parar para tomar una cerveza y por qué no comer unas ricas tortillas.
Después de la visita al cerro volvía a la ciudad donde pude descubrir, en mi modesta opinión, algunas características de la sociedad salteaña. Pero eso quedará para la próxima, ahora voy a comer un asado con la gente del Hostell, salud y buena vida!!!!!

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